Alexitímicos

Siempre digo que no soy de los que llora. Soy de los que no llora o de los que no se detiene a llorar porque llorar le quita tiempo al hacer y siempre es más necesario hacer que llorar.

Muchas veces, sin embargo, he seguido haciendo lo que estaba haciendo mientras las lágrimas me inundaban los ojos y no me dejaban siquiera ver qué hacía.

Las lágrimas eran una fuerza independiente dentro de mí, que se manifestaba como eso: una fuerza independiente que pugnaba –como las crecientes de mi provincia natal al bajar de la sierra en la época de lluvia– por llevarse todo lo que se opusiera a su paso. Incluso mi voluntad.

Cuando leía, siendo más joven, eso del torrente de lágrimas me parecía una figura cuasi ridícula. De viejo uno se pone, siempre que así lo quiera, más sabio y respeta más esas definiciones porque las ha padecido, también, alguna vez.

Siempre he sabido manejar la emoción. Lo tuve que aprender y lo aprendí. Hasta tal punto lo aprendí, que mis camaradas llegaron a pensar que yo era una especie de alexitímico, y por tal me tenían hasta que un día mi comandante aclaró: «No puede verbalizar, por eso escribe. Solamente hay que leer lo que escribe».

Era mi forma de llorar, supongo, sin que se notara. Sin que nadie lo notara, mejor dicho. Ni siquiera yo.

Desde entonces a hoy ha pasado mucha lágrima por mis ojos. Mis diques están rotos, todos rotos. Los ha ido rompiendo la vida, uno por uno, por esa necesidad que tiene la vida de romper las barreras de la resistencia humana para forjar un hombre.

Mi hija mayor me ha visto llorar más de una vez, porque es una criatura invasiva y cariñosa difícil de despegar, así que se puede decir que cuando trabajábamos juntos en nuestros largos tiempos de Africa, la tenía puesta. Mis hijos menores, no.

La mayor de los menores se espantó la única vez en que vio eso de que las lágrimas se me caen solas y me resultan incontrolables. Creo que no esperaba que yo fuera también capaz de llorar frente a lo que estaba pasando porque, según ella veía la cosa, el único culpable del divorcio que me había planteado mi mujer, era yo. Porque era yo el que se iba a esos servicios interminables en esos lugares donde el mundo termina y volvía cada vez más estropeado y más enfermo y nadie me quería ver morir así que preferían el divorcio y estar lejos.

Amira, la mayor de mis hijos menores, escapó de mis lágrimas. Se quedó sin palabras porque le dije que si su madre sufría tanto por mí, no la iba a obligar a quedarse a mi lado, así que sí, le iba a conceder el divorcio. «Lo hago por amor», le dije y Amira huyó corriendo luego de decirme: «estás llorando, Arié».

¿Qué idea de invencibilidad o de indiferencia tendrá mi hija de mí, que se asustó de las lágrimas?

Ahora, Bashir, el menor de los menores, el que es tan callado, tan intramuros como yo, está frente a mí y ha extendido sus dedos. Asombrado, sostiene una lágrima de esas que superan las esclusas y bajan desde las sierras de mi dolor, llevándose todo lo que no he conseguido aunque me haya pasado la vida tratando de hacerlo.

Me mira y yo soy todo lágrimas. Todo lágrimas. Más me esfuerzo por contenerlas y más desbordan.

Entonces, ve el video que estoy reproduciendo. Es un video que me envían desde el terreno, un país del Africa subsahariana, de todos esos en los que casi me he pasado la vida entera.

Mis hijos menores vienen de la guerra. Los cuatro vienen de la guerra. Los cuatro son huérfanos de guerra y ahí, en el video, está la guerra y hay otros niños que huyen porque parece que en algunos lugares no hubiera lugar para los niños. Huyen mientras los matan.

Morir en algunos lugares es la mejor forma de huir.

Bashir me abraza. El, tan «alexitímico» como yo, me abraza con toda su enorme fuerza de sobreviviente.

—Ahora estás en casa. No llores. No mires esas cosas tristes —me dice.

—Es que yo soy incapaz de mirar hacia otro lado —le digo.

—Mírame a mí —me responde Bashir.

(De: Quemaduras y otros algoritmos – prosas atrapadas)

2 comentarios sobre “Alexitímicos

  1. Creo que todo el que ha vivido los horrores de las guerras y sus consecuencias en las vidas de inocentes cargan con cicatrices que aun pase el tiempo no cierran. Una y otra vez llegan a su mente los horrores vividos, y no son las lágrimas las que le harán olvidar, son fantasmas que una y otra y otra vez estarán presentes, esos serán su eterna compañía. Y cargarán cual mochila con la soledad y la nostalgia.

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